¡¿TREEEES?!

César Astudillo
5 min readMay 30, 2017

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Elsa Aguiar

(Con motivo del segundo aniversario de la muerte de Elsa Aguiar, y en su recuerdo, republico aquí este artículo suyo publicado originalmente en el número de marzo de 2002 de la revista “Múltiples” (Asociación Madrileña de Partos Múltiples)

Los trillizos nos han cambiado. No hace falta explicar cómo la llegada de nuestros tres hijos nos transformó a mi marido y a mí en aspectos incontables. Pero lo que no sabíamos es que nuestros trillizos también transforman a los demás.

Me explico. Cuando bregamos con nuestra chiquillería dentro del recinto de nuestra casa, el efecto revolucionador de nuestros Al, Ada y Ainoa se queda entre sus cuatro paredes.

Pero al menos una vez al día, agarramos el carrito triple y les sacamos a la calle. Y ahí es donde este efecto se extiende a los demás.

Esas personas anónimas con las que una se cruzaba todos los días, que en el tiempo pasado parecían muy afanadas en sus cosas y no nos prestaban ninguna atención, ahora son perturbadas por el curioso campo atractor del carrito de tres. Y se transforman como si les hubiera tocado un rayo extraterrestre.

Y es que la gente, en cuanto ve el carrito con sus tres plazas ocupadas, parece que olvida sus años de formación en buenas maneras, y hacen cosas que no hacían desde pequeñitos.

Como por ejemplo, apuntarte frenéticamente agitando un dedo acusador (que da como miedo, oye), y gritar a la persona que llevan al lado: ¡MIRA, MIRA! ¡MIRA, MIRA!. Tal suspensión de la urbanidad sólo parecería justificada si uno viera, yo qué sé, una fragata de desembarco alienígena, o una carroza de ministros en el Desfile del Orgullo Gay; pero bueno, parece que un carrito de trillizos entra en la misma categoría.

Otro caso frecuentísimo de regresión educativa es cómo la gente se apropia de tu tiempo con toda naturalidad. ¿Que estás intentando meter catorce bolsas de la compra en un coche repleto mientras intentas consolar tierna y simultáneamente a tres bebés desesperados porque se retrasa su merienda? ¿Que estás atendiendo una importante llamada por el móvil? ¿Que finalmente te atiende el carnicero después de media hora de cola? ¿Que de pronto te olvidas de todo lo que te rodea y te sale darle un besito de novios al papá de tus tesorines? ¡No importa! La gente necesita tu atención urgentemente, y es sabido que la disponibilidad pública de unos padres de trillizos sólo es comparable a la de los bomberos y policías. Todo para que les proporciones información tan vital como: “¿Son trillizos?” “¿Son los tres tuyos?” “¿Son niños los tres?” “¿Son niñas las tres?” “¿Son del mismo parto?” “¿Cuál es el mayor?”. Y si no contestas de inmediato, te sacuden el hombro o la manga y repiten la pregunta en un tono más agudo, así hasta que reciban respuesta.

Este comportamiento es más o menos general. El resto puede clasificarse en grupos, que paso a detallar:

Los aritméticos: Son gente que habitualmente sabe contar. Pero al ver el carrito les entra la duda. Así que te preguntan: “¿Son tres?”. “¿Llevas tres?”. “¿Hay tres?”. O sencillamente: “¿TREEES?”. Una sonríe y asiente con la cabeza, pero le dan ganas de contestar cosas como: “No, sólo es uno: ¿Qué ha bebido usted, señora?”.

Los expresivos: A éstos, el campo de influencia del carrito les enriquece instantáneamente el vocabulario. Gracias a ellos una oye de pronto lindezas como “¡JO**R!” “¡LA HOS**A¡” “ME CAGO EN LA P**A”!, y muy a menudo, las tres de una vez (sustitúyanse los asteriscos a discreción).

Los machistas admirativos: Al ver el carrito, te ignoran por completo y se van derechos al padre (todo el mundo sabe que los trillizos los hacen los padres ellos solitos), le cogen la mano y le dedican todo tipo de piropos: “¡Machote!” “¡Así se hace!” “¡Macho… mis respetos!” “¡Jo**r, tío, con unos pocos como tú se arregla el problema de la natalidad!”.

Los machistas condolentes: Te ignoran igualmente, pero en lugar de ver al padre como un héroe nacional, lo consideran objeto de compasión. “¡Joder, pobrecillo!” “¡La que tienes encima, macho!” “¡Yo me iba a por tabaco y no volvía!” “¡Anda, que tu mujer encantada, pero tú eres el que tienes que darles de comer!” (esto último me rebela cuando pienso en los tres motores de sacaleches que he quemado ya).

Los procaces: Grupo constituido fundamentalmente, cosa curiosa, por respetables personas de edad, que gritan cosas como: “¡Vaya polvazo que echaste!” (si se dirigen al padre) o “¡Vaya polvo te echó tu marido!” (si se dirigen a la madre). Es notable la presunción de parte activa/pasiva en lo que a papeles sexuales se refiere.

Los asesores de planificación familiar: Te conminan (no en tono de sugerencia, sino de orden militar): “¡Pues ya no tengas más!” “¡Con ésos ya tienes bastante!” “¡Tú ahí ya te paras!”. Curioso cruce entre procaces y asesores son los que dicen cosas tan elaboradas como: “¡Después de eso, hija, le harás un nudo a tu marido y tú te pondrás un tapón!”. O los que, desconociendo o desaprobando otro método de control que no sea la abstinencia, te recomiendan: “¡Yo que tú mandaba al marido a dormir al sofá!”.

Los autobiógrafos: Entienden que por tener trillizos estás automáticamente interesada en conocer su vida reproductora. No la tuya propia, sino la suya, precisamente la de ellos. Y te cuentan que el hijo del cuñado de un primo de su marido tuvo mellizos, o que ella misma ha tenido tres hijos que se llevan dieciocho meses entre sí. Dan ganas de decir: “Un momento, un momento: ¿Qué le hace pensar que me importa?”. Pero da cosa.

Los evaluadores: Éstos me dan mucha rabia, porque ahora los niños no se enteran, pero dentro de muy poquito se enterarán, y a ver qué traumas me les meten: “Éste es más gordo”. “Éste es más guapo”. “Éste es el malo, ¿verdad?”. “Éste es el más despierto”. “¿A que éste es el más bueno?”. Deben de cobrar comisión del psicólogo del barrio.

Los discretos: Tienen la delicadeza de no decir nada, pero machacan el hígado de su acompañante con repetidos codazos, mientras apuntan desesperadamente al carrito con el mentón, con los ojos fuera de las órbitas y las venas del cuello a reventar. Eso sí: intentan que tú no te des cuenta. Pobres.

Los fogosos: Repentinamente contagiados de afán reproductor, gritan cosas como: “¡Con ese culo que tienes, otros tres te hacía yo!” (suerte que en esa ocasión, quien empujaba el carrito no era la que suscribe, sino la chica que nos ayuda, que aún no ha cumplido con sus obligaciones demográficas). Personalmente prefiero los que subliman el arrebato hacia su pareja: “¿Qué, te gustan? ¡Yo te hago cuatro ahora mismo!”.

Todos estos ejemplos son rigurosamente reales. Entiendo que la gente lo hace con cariño: ven algo infrecuente y les gusta expresarlo, casi siempre movidos por la ternura. Pero yo soy sólo una, y la gente es mucha. Responder a la misma pregunta o reír la misma gracia diez veces al día resulta, al final, un poco agotador. Por eso a mi marido y a mí nos gusta fantasear con lo que haríamos (si nos atrevié- ramos) para mantener un poco a raya a la gente:

— Ahuyentar a los que te sacan conversación, pidiéndoles que se apunten el número de cuenta donde pueden hacer donativos.

— Imprimir dos mil folletos titulados “Preguntas frecuentes sobre estos trillizos”, y poner en lo alto del carrito uno de esos expositores de cartón que dicen: “Coja uno”.

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César Astudillo
César Astudillo

Written by César Astudillo

Actualmente haciendo trabajo de campo etnográfico en Sol 3

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