Salve
(Cuento basado en esta fotografía de Studio Noah Verhofstad)
— Sor Inés, ¿qué quiere decir “con flores a porfía”?
— Quiere decir, María pequeña, que los niños se pelean a ver quién es el que lleva a María Santísima las flores más bonitas.
— Mi madre dice que las flores más bonitas son las flores de la Asunción.
— A mí también me gustan mucho las orquídeas blancas.
Para las preguntas de María pequeña solo tenía paciencia Sor Inés, la hermana de voz rota y manos venosas. Seis años habían pasado desde que entraron por el portón grande María pequeña y María mayor, una mañana fría que llovía tanto que parecía casi de noche. Las hermanas recibieron a la madre aún adolescente con la hija cogida muy fuerte de la mano, sin rastro de padre, sin un duro en el bolsillo ni forma de valerse, y les dieron una muda para la ropa mojada. Acabaron tomando de empleada a la mayor y a la pequeña la matricularon con las internas.
Muy temprano todos los domingos, entre otras tareas, María pequeña ayudaba a su madre a cambiar las flores de la iglesia, bajo la luz suave de las velas y las vidrieras. A la falda del manto blanco de la Virgen de la Asunción, en un vaso de cristal junto a su peana de ángeles, las dos Marías ponían la ramita de orquídeas blancas que traía sin falta doña Dolores, la viuda que arrendaba dos edificios de viviendas cerca de la plaza de San Ildefonso y que oía fuerte a jazmines. Luego se persignaban y salían dejando atrás la reverberación de sus pasos suaves.
— Sor Inés, ¿por qué la Asunción se llama la Asunción?
— María pequeña, pues la Asunción es cuando a María Santísima la subieron los ángeles al cielo.
Durante toda la enfermedad de María mayor, las monjas fueron muy buenas. María mayor cada semana estaba más delgada, como si un soplo de aire pudiera llevársela. María pequeña se metía en su cama y hablaban y hablaban. Cuando dejaron el tratamiento, los médicos le dieron seis semanas, pero tres meses aguantó ella, agarrada de la mano de su hija. Como cuando llegaron.
La mañana que enterraron a María mayor también llovía tan fuerte que parecía casi de noche. Todas las niñas del colegio se pusieron en fila para darle el pésame. Para muchas era la primera vez, lo hacían torpes y con la mirada en los zapatos. Olía a tierra mojada. La luz ahogada de un sol distante las iluminaba como si estuvieran fuera del tiempo.
— Sor Inés, ¿ahora mamá está con María Santísima?
— Sí, María pequeña, ahora mamá está en el Cielo con María Santísima y con los ángeles.
— Yo quiero que me suban con ella. Como la Asunción.
— ¿Sabes qué me ha dicho la Asunción? Que te quiere hacer un regalo.
Sor Inés tomó la ramita de orquídeas blancas, se persignó, la puso en la mano dubitativa de María Pequeña, y la abrazó como se abraza a una hija. María Pequeña, a la salida de la iglesia, llevaba las flores a la altura del pecho, abrigando el calor del abrazo.
Al llegar al ropero posó la ramita con cuidado extremo y se quitó el abrigo negro que le habían prestado para las exequias. Al colocarlo en la percha, reparó en el vestido de domingo de una las internas del coro, que acababan de traer de la costurera. Pasó sus dedos por el hilo blanco. Blanco como las sábanas de la cama de mamá. Como el manto de María Santísima. Como las flores.
A los seis meses de buscar a María pequeña debajo de las piedras, la Guardia Civil tuvo que cerrar el caso. Muy temprano todos los domingos, cada vez que cambiaba las orquídeas blancas de la imagen de la Asunción, sor Inés pensaba en María pequeña, se persignaba con la mano venosa, y con la voz rota dejaba salir un suspiro que reverberaba apenas bajo la luz de las vidrieras.