Deja de sonreír así

César Astudillo
4 min readFeb 14, 2017

--

(cuento basado en esta fotografía de Jeff Wall)

¡A mí nadie tiene que explicarme nada sobre el autodominio! Vamos a ver, es que soy catedrático en Psicología Clínica, ¿te lo recuerdo? Entonces ¿por qué me asalta este súbito surmenage? ¿Por qué esta ola de calor que me baja por los muslos? ¿por qué esta náusea que me empuja el vientre como un puñetazo a cámara lenta en la boca del estómago? ¿por qué estas ganas de agarrarte ahora mismo por la muñeca y embutirte en un taxi sin molestarme ni en recoger los abrigos?

¡Pero deja de sonreír así!

A lo mejor te tengo que recordar que tú no eras nada, no eres nada. Yo te hice. Yo. Te. Hice. Hace hoy veinte años, doce de enero de mil novecientos sesenta, no lo olvido porque fue el día que cumplí cuarenta, te escogí para mi proyecto, veinte años hace. Veinte añitos ingenuos que tenías tú, estudiante de segundo, beatilla recatada que esconde el pecho detrás de su carpeta, y yo te transformé. Convertí a esa tontita de pueblo en mi paramour. A ti te escogí, de entre todas, muchas de ellas bastante más chic que tú, para desatar los nudos de tus múltiples represiones. Un gesto mío y te quedas sin el apartamento de Alberto Aguilera, ¿es que te lo tengo que recordar? Fue conmigo que aprendiste el abecé del erotismo, estar siempre dispuesta para recibirme en toda situación, bailar el último tango en París con todos sus giros, yo tu Brando, tú mi Schneider, ningún hueco de ti sin mi simiente. Yo fui el que te consiguió el puesto de auxiliar en la cátedra, con patente riesgo para mi reputación. Yo fui el que te politizó en el amor libre, el que te instruyó en complacer a mis amigos, el que te introdujo en los círculos. Me lo debes todo. Todo.

¡Pero deja de sonreír así!

Y yo no tengo ninguna obligación contigo, ¿entiendes? No te debo nada, yo a ti. No te debo disculpa ninguna. Si hace veinte minutos, cuando te recogí en el apartamento, antes de venir a esta boite ostentosa e infecta a dejarme homenajear el cumpleaños por lo más selecto del claustro, te revelé que no puedo dejar de ver cómo se te empiezan a descolgar las mejillas, ese surco cada vez menos sutil que enmarca las comisuras de tus labios y te carga diez años encima cuando sonríes, si te administro esta verdad dolorosa es porque soy honesto, porque te lo debo, porque te respeto. ¡Afróntalo! En ningún momento dije que fuera a dejarte. ¡Aunque podría, podría y sería mi derecho! Porque mira, hay que decirlo, estás perdiendo la juventud. Es un hecho objetivo y deberías agradecerme mi apertura, mi sinceridad. Todo el mundo sabe que un hombre tiene la edad de la mujer a la que ama, y tú, querida, estás empezando a hacerme sentir viejo.

¡Pero deja de sonreír así!

Es que vamos a ver, ¿qué tiene ese petimetre de Ulloa? Profesorzuelo adjunto salido de Orense, que todavía huele a percebes, pasado por la universidad de Atlanta, ¡pero ¿quién ha oído hablar de la universidad de Atlanta?! Y sigues escuchando embobada las memeces que suelta como si fuera una máquina de hacer longanizas el guapito de Ulloa, hablando de que las computadoras son el futuro, que todo el mundo va a tener una en casa, ¡una computadora en casa! delirios idiotas de lechuguino americanizado, chulín de gimnasio desprovisto de savoir faire cuyo único aporte consiste en que en lugar de surmenage dice stress y en lugar de paramour dice lover y en lugar de chic dice cool y en lugar de boite dice club y en lugar de savoir faire dice know how. ¿Es que te gustan esos anglicismos ridículos suyos, es eso? ¿Te ponen cachonda esas erres rodando blandas por su boca como si la tuviera llena de babosas? Pobrecito Ulloa, lo que pasa es que le estás utilizando para humillarme a mí, ¿verdad? ¿Y tú te crees, mujerzuela triste y ajada, que me voy a dejar que me hagas esa maniobra pueril aquí mismo, justo enfrente de Camueñes, que todo el mundo sabe que el año que viene ya será vicedecano porque a Arribas lo hacen emérito, y de Figueras, sin cuya complicidad nadie logra ningún nombramiento, a quien ya estoy viendo miraros de soslayo y hacer un gesto tan liviano como inequívoco? ¿Tú te crees, meretriz de pechos caídos, lote flácido de mercancía caducada, que yo no tengo sangre en las venas? No, petit pois. Yo soy un hombre de acción. La pantomima se termina aquí y ahora. Tú no lo sabes, mon amour, pero yo, en este momento, me juro por mi hombría que dentro de un segundo, solo un segundo, tú habrás dejado de sonreír así.

--

--

César Astudillo
César Astudillo

Written by César Astudillo

Actualmente haciendo trabajo de campo etnográfico en Sol 3

No responses yet