Aprender sobre El Ejido, antes de que se repita

César Astudillo
11 min readJul 24, 2020

En 2008 elaboré este trabajo en la asignatura “Psicología del comportamiento colectivo” dentro del Grado de Psicología de la UOC. Se trataba de escoger un comportamiento colectivo del que hubiera noticias e intentar explicarlo a la luz de las distintas teorías de la disciplina. Lo reproduzco aquí porque creo que la propia memoria de los disturbios de El Ejido, y el análisis de los mismos que ofrezco, son dolorosamente oportunos ahora.

Los hechos

El sábado 5 de febrero de 2000, en la localidad almeriense de El Ejido, un municipio fundado en 1997 al abrigo del crecimiento de la agricultura intensiva bajo plástico, un joven marroquí con problemas mentales apuñala a una joven española, dos semanas después de que se hubieran producido otros dos asesinatos presuntamente cometidos por inmigrantes. Tras difundirse la noticia, varios vecinos cortaron la carretera principal al grito de “Seguridad, seguridad”, mientras otros se dirigían en camiones a un centro comercial frecuentado por inmigrantes y dañaban varios comercios regentados por marroquíes. Este fue el inicio de una ola de violencia que se extendió durante todo el fin de semana, sucediéndose múltiples agresiones contra las viviendas, vehículos y negocios propiedad de magrebíes, incluyendo centros emblemáticos como la mezquita. Un grupo de un centenar de marroquíes intenta manifestarse contra el apuñalamiento, para desvincularse de los crímenes, pero también son agredidos con palos, piedras, barras metálicas y bates de béisbol. El Delegado del Gobierno trae 150 agentes de Policía Nacional para controlar la situación, pero no sólo las agresiones continúan, sino que se multiplican las quejas por la pasividad policial. La violencia no sólo se desata contra los magrebíes, sino también contra periodistas y miembros de asociaciones de apoyo a los inmigrantes. Se multiplican los falsos rumores sobre actos de violencia inexistentes por ambas partes, lo que a su vez provoca más agresiones. El pico de violencia se produce cuando la policía consigue abortar un intento de linchamiento a un grupo de inmigrantes que se había refugiado en el interior de una cafetería. El fin de semana se saldó finalmente con 22 heridos y multitud de viviendas quemadas. Un total de 55 personas pasaron a disposición judicial, de las cuales ingresaron en prisión 23 (12 marroquíes y 11 españoles). Llegado el martes 8 de febrero, 600 policías procedentes de otras partes del Estado habían tomado el municipio y los bomberos habían intervenido una treintena de veces para sofocar los incendios provocados contra vehículos y chabolas marroquíes. El miércoles 9 de febrero, el regreso de los niños marroquíes a los centros educativos marcó el inicio del regreso a la normalidad.

Teorías psicosociales e implicaciones ideológicas

Creemos que cada una de las teorías que se comentan a continuación, expuestas en orden cronológico de su aparición en el panorama de la psicología social, supera progresivamente a la anterior en poder explicativo sobre el caso elegido. Juntas, acaban por proporcionarnos una plataforma para un análisis bastante profundo y provocador de lo ocurrido.

Teoría del contagio

Si la consideramos en su vertiente más amplia de procesos de influencia interpersonal, y muy especialmente en su acepción más reciente de la mano de la “reacción circular” descrita por M. Blumer, esta teoría pondría el énfasis en intentar explicar por qué unos ciudadanos que normalmente tienen un comportamiento cívico correcto, pueden durante un periodo limitado en el tiempo exhibir comportamientos más propios de bandas de delincuentes organizados o de grupos juveniles de acción violenta. Desde el punto de vista ideológico, esta teoría podría figurar en el arsenal explicativo de aquellos agentes sociales que quieran poner el énfasis en lo excepcional de la situación, y restárselo a la responsabilidad individual de los participantes. Cuando los periodistas de El País (Constenla, 2000) recurren en su crónica al concepto de “locura colectiva”, en cierto modo están acogiéndose, aunque sea involuntariamente, a esta lectura de los hechos, o de modo más general, a un enfoque leboniano.

Teoría de la convergencia

Al amparo de esta teoría podríamos poner sobre la mesa que, aunque los sucesos han sido excepcionales y graves, y han implicado a cientos de ciudadanos, una mayoría pacífica de ellos se ha quedado en casa sin hacer daño a nadie. Por tanto, los participantes en los disturbios compartirían una característica común, en este caso, una actitud xenófoba y una propensión a la violencia. Ideológicamente, esta visión de los hechos es aparentemente opuesta a la anterior, pues pondría el énfasis en la responsabilidad individual de los participantes directos en los hechos. Sin embargo, también forma parte de la panoplia explicativa de los mismos agentes (los dirigentes políticos) que se escudan en la primera, sirviéndose de esta teoría para apoyar retóricas del tipo de “no se puede juzgar a todo un pueblo de ciudadanos demócratas, tolerantes y solidarios por el comportamiento de unos cuantos descontrolados”. Si la teoría del contagio se podía aprovechar en su vertiente de exención de la responsabilidad de los participantes directos, la teoría de la convergencia se aprovecharía por su capacidad de exención de responsabilidad de la ciudadanía general.

Teoría de la norma emergente

Esta teoría pondría el énfasis en la emergencia de un conjunto de normas alternativas que, durante unos días, van a sustituir a las normas de convivencia cívica normalmente imperantes. Podríamos aventurarnos a reconstruir la percepción que un participante en los hechos podría tener en aquel momento sobre las normas imperantes:

· Las fuerzas de seguridad no han impedido que se produzcan tres asesinatos de españoles por parte de inmigrantes en dos semanas, por tanto es necesario que los ciudadanos asuman labores de autoprotección de la comunidad española (formación de patrullas de campesinos, gritos de “Seguridad, seguridad”)

· Todos los inmigrantes forman un colectivo homogéneo y son igualmente responsables de las muertes producidas; por tanto merecen un escarmiento y es preciso amedrentarlos para que se evite este tipo de sucesos en el futuro. La necesidad de actuar en este sentido prevalece sobre los derechos de estas personas, incluidos el de la propiedad privada y la integridad física.

· Los periodistas y organizaciones cívicas de ayuda a los inmigrantes son corresponsables de esta situación y también merecen un escarmiento.

· La policía está haciendo la vista gorda; se ha extendido un decreto tácito de inmunidad, pues los ciudadanos sólo están haciendo por sí mismos lo que la policía querría hacer pero no puede.

Nótese que la inicial pasividad de la policía ante las primeras agresiones ha creado condiciones de ambigüedad que han favorecido la emergencia de este conjunto alternativo de normas. Nos atrevemos a hipotetizar que si la respuesta policial hubiera sido contundente desde los primeros incidentes, se habría dificultado mucho más la propagación de las nuevas normas. En el momento en que la presencia policial no sólo se hizo masiva, sino que las fuerzas de seguridad empezaron a impedir activamente la comisión de nuevas agresiones, el fenómeno se extinguió en pocas horas, pues quedó restablecida una norma (“todo aquél que atente contra personas o propiedades será detenido y llevado a la justicia”) cuya momentánea puesta en suspenso había favorecido la aparición de las normas alternativas.

Entendemos que la teoría de la norma emergente tiene un notable poder explicativo sobre muchos de los aspectos de este suceso. Su utilización ideológica, sin embargo, queda abierta: nosotros la hemos usado en forma crítica con la acción de las autoridades, para argumentar que el suceso no se habría producido de haber habido una respuesta firme, pero igualmente podría haberse usado para dar soporte a otra postura.

Teoría del valor añadido o tensión estructural

Esta cuarta teoría posibilita, a nuestro juicio, un análisis muy rico de la situación. Para empezar, podemos observar que se cumplen los seis condicionantes citados por Milgram y Toch:

  • Conductividad estructural: Núcleo geográficamente reducido, disponibilidad de comunicaciones, segregación de los inmigrantes que favorece la fácil definición de bandos.
  • Tensión estructural o conflictos entre elementos del sistema: Los inmigrantes son aceptados únicamente como fuente de mano de obra barata, pero no se les admite como miembros plenos de la comunidad. De hecho, el clima general hacia ellos es de miedo y desconfianza, como evidencian los múltiples hechos aislados que preceden al estallido de febrero de 2000 (SOS Racismo, 2001). Una frase atribuida a Juan Enciso, alcalde de El Ejido, es una elocuente expresión de este problema de desintegración social subyacente: “A las ocho de la mañana todos los inmigrantes son pocos. A las ocho de la tarde, sobran todos” (en referencia a que los inmigrantes son bienvenidos en tanto máquinas agrícolas, no en tanto participantes en la vida cívica). Es digno de hacer notar que algunos analistas como Miguel Ángel Río (Río, 2002) discrepan con esta visión y aluden precisamente a la descomposición de la organización étnica del espacio como fuente de esta tensión estructural.
  • Desarrollo y expansión de creencias sobre la causa de la tensión (podríamos verbalizarla como “los inmigrantes se están haciendo con la ciudad y son una amenaza para nuestra seguridad”) y sobre las formas de eliminarla o disminuirla (“administremos justicia por nosotros mismos, para demostrar que podemos hacernos cargo de nuestra propia seguridad y contener esta amenaza”).
  • Factores desencadenantes: Se suceden tres asesinatos atribuidos a inmigrantes en dos semanas, el último de ellos contra una mujer joven.
  • Movilización para la acción: Algunos vecinos aportan los medios necesarios para las expediciones de castigo, por ejemplo proporcionando sus camiones para desplazamientos en grupo a los lugares de la acción.
  • Control social: Refuerzo de la presencia policial (en este caso, con un énfasis no exento de ironía en la palabra “presencia”, porque si damos crédito a las múltiples acusaciones en este sentido, el papel de las fuerzas del orden fue inicialmente pasivo).

De nuevo el aprovechamiento ideológico de esta teoría puede ser de distinto signo, dependiendo de quién le ponga el arnés. Pero lo que queda claro es que este enfoque teórico supera las simplificaciones psicologistas de teorías anteriores, que podríamos decir que adolecen de un cierto “vacío de contenido”, para entrar en un análisis mucho más provocador y “lleno de contenido”, al menos de contenido social. En efecto, bajo esta teoría nos enfrentamos a cuestiones como: “¿qué desequilibrios previos han abonado el terreno para estos acontecimientos?” o “¿es posible que el papel jugado por los agentes de control social haya contribuido a agudizar la gravedad de los hechos?”. Y, lo que es más importante, nos permite abordar, con alguna garantía aunque sólo sea teórica, preguntas como “¿qué podemos hacer desde las políticas públicas para prevenir la reaparición de esos sucesos en el futuro?”. En suma, desde el punto de vista ideológico, el enfoque de la tensión estructural abre la puerta a buscar el desequilibrio previo e intentar repararlo; da soporte, así, a enfoques de vocación transformadora, en oposición a enfoques de vocación conservadora o de preservación del statu quo.

Teoría de la identidad social

Sin duda, esta última teoría parece hecha a medida para los sucesos que hemos escogido describir. No sólo durante los hechos, sino en los años precedentes, se ponen de manifiesto poderosos procesos de categorización social. Si los vecinos causantes de los disturbios parecían autocategorizarse con fuerza como “ciudadanos preocupados por su comunidad y dispuestos a ejercer la autodefensa”, en un proceso claro de despersonalización y emergencia de una identidad social, el proceso de categorización verdaderamente poderoso se producía hacia el exogrupo: los inmigrantes, caracterizados como un colectivo criminal, como una amenaza unitaria, más allá de su real diversidad. El poder de esta identidad social para el exogrupo es tan grande que actúa modelando actitudes, y específicamente, creando no solo la predisposición de actuar ante cualquier inmigrante como se actúa ante una amenaza (mediante la agresión en una supuesta autodefensa), sino generando procesos de selección de información tan determinantes que pueden prevalecer sobre la más empírica de las evidencias. ¿Cómo, si no, podríamos explicar un fenómeno que nos causa tanta perplejidad como el hecho de que, durante aquel fin de semana, un grupo de inmigrantes intentara manifestarse en contra del apuñalamiento, y la respuesta de los alborotadores fuera agredirles? Aquí resulta claro el poder explicativo de la teoría de la identidad social: todos los inmigrantes son una amenaza, ahí hay un grupo de inmigrantes, ergo ese grupo de inmigrantes es una amenaza. Por mucho que ellos pretendan desafiar esa categorización intentando presentarse con una identidad grupal alternativa (personas tan preocupadas por la seguridad y tan horrorizadas con el crimen como cualquier español), y traten de escenificarlo con la manifestación, no pueden sustraerse a la identidad social que el grupo antagonista les ha adjudicado de forma irrevocable.

Por último, la formulación del modelo elaborado de identidad social de Reicher nos deja con las ganas de acudir a documentación más detallada sobre los sucesos, y en concreto de su evolución temporal precisa, para indagar si se puede observar alguna evolución en el comportamiento de los alborotadores a lo largo del fin de semana, y si ésta puede relacionarse con los distintos encuentros que se sucedieron, tanto con los inmigrantes como, muy especialmente, con el tercer colectivo relevante: nos estamos refiriendo de nuevo a la policía.

Desde el punto de vista ideológico, la teoría de la identidad social puede ser de ayuda para apoyar posturas de interculturalidad, haciendo labor de zapa y desconstruyendo / desmontando cualquier esquema de categorización social que corra peligro de usarse como caldo de cultivo para la violencia.

¿Por qué este acontecimiento merece ser calificado como “fenómeno de comportamiento colectivo” y no como “movimiento social”?

La principal circunstancia que sitúa los sucesos descritos al margen de la consideración de movimiento social es su carácter de episodio aislado. En los años siguientes no volvió a haber episodios graves de signo similar,

En segundo lugar, no se percibió que las personas participantes se sintieran vinculadas por lazos de solidaridad e ideas compartidas, más allá de la protección mutua y la coordinación de medios que se facilitaron estrictamente durante la duración de los disturbios.

Sí se puede decir que se dispuso de redes informales de interacción, en el sentido de que las personas que participaron en los disturbios exhibieron cierto grado de organización (por ejemplo, los participantes en las partidas de castigo que se organizaron contra las viviendas de los inmigrantes fueron desplazados en camiones).

También cabe decir que la acción colectiva estuvo focalizada en un conflicto, en el sentido de que fueron acciones violentas, pero no en el sentido de que se aspirara a disputar con otro colectivo el control de un punto de interés específico. Por ejemplo, en esos días no se solicitaron medidas específicas como podría haber sido deportar a los inmigrantes, sino que se realizaron únicamente acciones en el sentido de agresión o castigo, sin aspiraciones transformadoras de la realidad más específicas.

En último lugar, aunque las fases iniciales de las revueltas tuvieron un tinte de protesta, rápidamente degeneraron en una descarga colectiva de violencia que no tenía otra significación que la de la agresión en sí misma, no se pretendía hacer un esfuerzo comunicador de tesis o reivindicaciones concretas.

Por expresarlo en nuestros propios términos, dos son las principales carencias que, a nuestro modo de ver, sitúan los sucesos de El Ejido fuera de la órbita de los movimientos sociales: su carácter efímero, y la ausencia de un “programa” o conjunto de normas bajo el que el colectivo protagonista llegara a regirse, más allá de las normas emergentes que mencionamos más atrás, y cuya vigencia quedó limitada a la duración de los sucesos.

Bibliografía

Constenla, A., Torregrosa, A. (2000). Vecinos de El Ejido armados con barras de hierro atacan a los inmigrantes y destrozan sus locales. El País, 7 de febrero de 2000

Río Ruiz, M.A. (2002). El disturbio de El Ejido y la segregación de los inmigrantes. Anduli, revista andaluza de Ciencias Sociales, 1:79–107

SOS Racismo (2001). El Ejido — Racismo y explotación laboral. Informe de los ataques racistas de febrero de 2000 (El Ejido, Almería, España). Informe de la Federación de Asociaciones de SOS Racismo del Estado Español.

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César Astudillo

Actualmente haciendo trabajo de campo etnográfico en Sol 3